Este sábado fue un día muy especial para mí: fue la boda de mi hermana Eva. La vi caminar hacia alguien que eligió hace 14 años para compartir su vida, con una sonrisa distinta, más adulta, pero también llena de lágrimas. Y aunque fue un día lleno de abrazos, música y emoción, algo en mí se quedó en silencio. Cuando la vi entrar con ese vestido blanco, me pregunté: ¿cuándo fue que crecimos?
Porque no hubo un día exacto. Nadie me avisó que esos momentos simples :las tardes en casa, las peleas tontas, las charlas antes de dormir , se iban a convertir en recuerdos tan valiosos. Que un día dejaríamos de ser solo hermanas para convertirnos en dos mujeres caminando, de blanco o no, por sus propios caminos. ¿Cómo puede pasar todo eso sin que nos demos cuenta?
El paso del tiempo no hace ruido. No golpea la puerta. Solo entra. Se acomoda entre nuestras rutinas, se esconde en lo cotidiano, hasta que de repente algo, como una boda, por ejemplo, te obliga a mirar atrás. Y te das cuenta de que ya no eres la misma. Que ya no es tu hermana la que te lleva de la mano, sino que ahora las dos andamos con pasos firmes, aunque en direcciones distintas.
Y entonces me pregunto: ¿Cómo se mide el tiempo realmente? ¿En años? ¿En fechas importantes? ¿O en esa sensación extraña de darse cuenta de que todo cambió mientras estabas ocupada viviendo el día a día?
También me pregunto si alguna vez dejaremos de extrañar lo que fuimos. Si cada etapa nueva que comienza va a doler un poco porque deja atrás otra que ya no vuelve. Pero tal vez crecer sea eso: aprender a soltar sin dejar de recordar. Valorar lo que fue, sin quedarnos atrapadas allí.
Ese día, mientras la veía bailar, me sentí orgullosa. Orgullosa de ella, de todo lo que ha logrado, y también de mí, por poder mirar ese momento con el corazón abierto, aunque un poco apretado. Porque cuando alguien a quien quieres crece, tú también tienes que crecer con esa persona, aunque no lo hayas planeado.
Y entonces entendí algo que tal vez ya sabía, pero nunca había sentido tan fuerte: el tiempo no es nuestro enemigo. Es simplemente parte del viaje. Nos transforma, nos prueba, nos enseña. Y lo único que podemos hacer es vivirlo con los ojos bien abiertos, aprovechar cada instante y no tener miedo de cambiar.
Porque crecer no significa perder lo que fuimos. Significa llevarlo con nosotras, en silencio, como un tesoro que nadie puede quitarnos.
Esta reflexión la escribí al día siguiente de su boda, y se la leí a Eva con el corazón lleno de emoción. Porque hay cosas que no se dicen todos los días, pero que se sienten para siempre
Me emociona mucho leer esto, Blanca. Mi hermana también puso fecha a su boda hace poco y me propuso ser su dama de honor. Nuestra diferencia de edad es de 11 años y medio y para mí, ella ha sido mi segunda madre. Cuando me hizo esa propuesta, me pasó algo parecido a ti. Me obligué a mirar hacia atrás y darme cuenta que no es sólo ella la que ha crecido y ha decidido dar un paso más en su vida, sino que yo he crecido con ella y ni siquiera me he dado cuenta. Llevo años sin tener a mi hermana en casa y son muchas las veces que quiero volver a aquellas discusiones de quién se quedaba en la habitación, de qué película íbamos a ver, de aquellas noches en las que esperábamos a que nuestra madre llegue de trabajar... Pero también estoy orgullosa de todo lo que estoy construyendo ahora con lo que he ido aprendiendo a lo largo de mi vida y siempre teniendo a mi hermana a mi lado. Me ha gustado mucho lo que has dicho de que la vida es eso, "aprender a soltar sin dejar de recordar". Y es que si olvidamos todo lo que hemos pasado y vivido para llegar hasta donde estamos, no podemos vivir el presente de ahora. Pero siempre soltando para no quedarnos estancadas y siempre permitiéndonos avanzar.
ResponderEliminar